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La IA y el futuro de la creatividad humana

Rodrigo Mesonero

El Dr. Kimble se para en seco. La huida ha llegado a su fin. El agente Gerard le apunta mientras le pide que deje la pistola y se rinda. El fugitivo no tiene escapatoria, frente a él un agente de la ley que no parará hasta detenerle. A su espalda, una caída libre de más de cincuenta metros. Sabe que si se entrega estará perdido, le condenarán por matar a su mujer sin haber dado con el verdadero culpable. Si salta... si salta, quizás tenga una oportunidad...

El miedo al abismo pudo hacer que el protagonista de la película El fugitivo (Davis, 1993) decidiera dejar de luchar por su inocencia y entregarse a su fatal destino, pero su convencimiento era mayor que su miedo y decidió saltar. La suerte, y la necesidad del guionista, resultó estar de su lado y el doctor no sólo sobrevivió a la caída, sino que finalmente consiguió demostrar su inocencia.  

En la vida muchas veces nos encontramos ante encrucijadas difíciles de discernir. Sin la premura del fugitivo, pero arriesgando cuestiones de valor, tenemos que decidir el menor entre dos males o adivinar cuál será el correcto entre dos caminos confusos. Actualmente, nos encontramos ante una de esas disyuntivas. La Inteligencia Artificial (IA) generativa ha explotado y la sociedad se debate entre el miedo y la aceptación. Unos ven en esta nueva tecnología la amenaza de perder su trabajo, su intimidad o incluso su humanidad, mientras que otros ven en la IA una herramienta de eficiencia, asistencia o incluso una nueva era evolutiva.  

Los cambios siempre provocan resistencia. A principios del siglo XIX en Inglaterra surgió el ludismo, un movimiento de artesanos que protestaban contra las máquinas en la Revolución Industrial. Argumentando que la automatización de los procesos haría caer la calidad de los productos y salarios mientras aumentaban sus jornadas laborales, los luditas entraron en fábricas destruyendo máquinas a martillazos. Casi dos siglos después, la era digital trajo movilizaciones del sector cultural rebelándose contra el intercambio de archivos entre usuarios de Internet. Los afectados se manifestaron y presionaron a los legisladores para que pusieran fin a la piratería. 

Estas protestas ayudaron a mejorar las condiciones de los damnificados por las innovaciones tecnológicas. De la Revolución Industrial surgieron los sindicatos y, de la digital, las legislaciones y las nuevas estrategias para compartir contenidos y monetizar bajo nuevos modelos comerciales como las plataformas de streaming o el branded content. Lo que no pasó en ningún caso es que se diera un paso atrás con la tecnología. 

Ahora estamos asistiendo a una nueva revolución, la de la IA. Sin duda, la más vertiginosa de todas. La Revolución Industrial se originó en Gran Bretaña alrededor de 1760 y tardó más de cien años en llegar a Estados Unidos. Facebook tardó diez meses en alcanzar su primer millón de usuarios. ChatGPT se lanzó al mercado en noviembre de 2022 consiguiendo un millón de usuarios en apenas una semana. 

Es normal que tengamos miedo ante el abismo que se abre frente a nosotros. Casi de la noche a la mañana contamos con multitud de herramientas capaces de automatizar procesos que antes requerían dedicación y conocimiento humano. Los cimientos de muchos procesos profesionales se están tambaleando. ¿Qué sentido tiene que un profesor mande el resumen de un libro como prueba de lectura? ¿Para qué aprender a programar cuando la IA programa videojuegos a partir de sencillos prompts? ¿Para qué esforzarme si dentro de poco una IA hará mi trabajo mejor y más rápido que yo?  

Siempre habrá cosas que hacer, aunque sea saltar al abismo

Pues porque siempre habrá cosas que hacer. El pasado mes de mayo Robert Altman, CEO de OpenAI, empresa matriz de ChatGPT, participó en la Cumbre Global de la IA organizada por la ONU en Ginebra. Allí afirmó que la IA "no eliminará todos los trabajos", porque siempre se encontrarán "nuevas cosas que hacer". Y esta es la clave de todo salto evolutivo, encontrar qué nuevo valor añadido puede aportar el ser humano. Cuando inventamos la agricultura y la ganadería ganamos tiempo para idear nuevas formas de creación artística, técnica y tecnológica que nos llevó a evolucionar como sociedad. Si ahora no tengo que perder una hora encontrando datos para redactar un informe, podré dedicar más tiempo al análisis de resultados y proponer acciones de mejora. 

Es cierto que la capacidad analítica de la IA está incrementándose exponencialmente pero, de momento, esta tecnología no está capacitada para caminar sola. A día de hoy, el aprovechamiento de la IA Generativa es directamente proporcional al conocimiento previo de la materia, como apunta el experto en IA Jorge Guillén. Alguien que no sepa de abogacía no podrá dejar en manos de una IA la defensa de un cliente igual que hace falta ser experto en marketing para elaborar una estrategia de marca que sea efectiva. 

Si bien es cierto que hay ciertos ámbitos en los que la IA evoluciona tan rápidamente que puede llegar a sustituir la aportación humana, hay otros en los que todavía está muy lejos. El principal es la creatividad. Este término tiene tantas definiciones y enfoques como estudiosos se han acercado al tema. Atendiendo a Freud y su definición de creatividad como fruto del conflicto subconsciente o el espíritu creativo de Goleman, parece difícil atribuir a una máquina capacidad creativa. Si queremos adoptar otra postura, una máquina sí puede encontrar relación entre ideas antes no relacionadas que se manifiestan como nuevos esquemas, experiencias o productos, como define Parnes la creatividad. Si la creación artística es concentración y memoria, como apunta Arteche, una inteligencia artificial posee ambas. 

Existen múltiples ejemplos de creaciones artísticas realizadas por máquinas. A finales de los años 60 el británico Harold Cohen exploró nuevas posibilidades creativas utilizando computadoras, dando lugar al desarrollo de AARON, un programa de dibujo artístico a mano alzada. Durante las décadas siguientes, Cohen perfeccionó AARON produciendo miles de dibujos en diversos estilos y escalas.  

En el ámbito literario no se puede considerar que existe una obra con intención narrativa hasta 1984, cuando el programa RACTER generó el libro The policeman´s beard is half constructed. El programa generaba contenido de manera autónoma, presentando textos cortos, más o menos narrativos y coherentes pero ciertamente interesantes para alimentar el debate sobre la creación artística. 

Este debate se vio fuertemente relanzado en 2016 con la noticia de que un relato co-escrito por una IA había superado la primera ronda de un concurso japonés de novela fantástica. The day a computer writes a novel utilizó generación automática de texto basada en parámetros estructurales extraídos de más de 1,000 cuentos cortos y textos sobre cómo escribir ensayos del escritor de ciencia ficción Hoshi Shinichi. Lo sorprendente de estos relatos es la coherencia estructural y la intención que traslada.  

En 2018, Ross Goodwin, un creador de Inteligencia Artificial, adaptó un automóvil Cadillac instalando equipamiento para que una IA pudiera escribir textos de manera automática durante un viaje por la costa este de Estados Unidos. El resultado fue el libro 1 the Road, relato impregnado de la tradición literaria estadounidense y del periodismo Gonzo que presenta una serie de descripciones evocativas del entorno que van recorriendo.   

En el ámbito audiovisual, en 2016 se estrenó el cortometraje Sunpring, primera obra audiovisual escrita por una inteligencia artificial a la que llamaron Benjamin. La alimentaron con cientos de guiones de ciencia ficción y luego le dieron unos prompts básicos como el título, una acción de personaje y una frase como puntos de partida. La historia es totalmente inconexa y carece de cualquier tipo de valor narrativo o artístico. Es un experimento divertido que sus autores trataron de llevar más allá con el cortometraje Zone Out. Esta vez guion y dirección corrieron a cargo de Benjamin, dando lugar a una obra aún más bizarra. 

Actualmente, se pueden encontrar en Internet multitud de obras audiovisuales generadas en mayor o menor media por IA. Muchas de ellas se puede ver en festivales especializados como +RAIN Film Festival o el AI Film Festival. 

The Core School y su primer cortometraje realizado con IA

Entonces, ¿puede una máquina ser creativa? Qué más da. Lo importante es que el ser humano es creativo y eso no puede ser contenido. En The Core Escuela Superior de Audiovisuales, de Planeta Formación y Universidades, acabamos de producir nuestro primer cortometraje que utiliza IA como asistente en la creación del guion y para la generación de animaciones 3D en entornos reales. Hemos sacado multitud de aprendizajes de estos procesos, pero todos pueden resumirse en uno: crear sigue siendo divertido. Da igual si usamos papel y boli, un ordenador o el apoyo de la Inteligencia Artificial, seguimos teniendo la necesidad de contar historias, nuestras historias. Porque mediante las historias nos definimos, las historias nos unen y nos explican. Una sociedad se refleja en sus narraciones. Somos porque contamos que somos. Somos porque imaginamos. Sigamos imaginando. El futuro siempre ha sido incierto, los abismos se abren a cada paso desde que nos dejamos llevar por la curiosidad y la ambición. Saltemos juntos y definamos el futuro sin miedo. Somos los creadores de nuestra propia historia

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Rodrigo Mesonero
Vicedecano de Marketing y Contenidos | The Core Escuela Superior de Audiovisuales

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